EN ESTA EDICIÓN

NOTAS DESDE EL EXILIO I
SI FUERAN VENEZOLANOS I: Cirilo, Zack Morris y Mitch Buchannon
SERIE BIOGRAFÍAS: Miguel Moly
DICCIONARIO DE AUTORIDADES I
DOSSIER: ‘AMORES DE FIN DE SIGLO, discurso amoroso en los 90’

  • I. Por Pano Malpica: Panorama sentimental
  • II. Por Marlene Tavares: Mejor no hablemos de amor
  • III. Por Mel Camacho: Un día de furia
NOTAS DESDE EL EXILIO II
DICCIONARIO DE AUTORIDADES II
SI FUERAN VENEZOLANOS II: Lynn Tanner y Koji Kabuto
MEGAMENSAJES: Pura Sangre
CRÓNICA BREVE
  • Por Gala Saavedra: Ars amandi noventarum

NOTAS:
  • Si quieres ver la edición anterior, haz click en "Segunda edición", en ESTUDIO 92.
  • Para dejar tus comentarios, críticas o contribuciones, escríbenos a noventerias@gmail.com.

NOTAS DESDE EL EXILIO I

«Me acuerdo de Martin Dahlin, un negrito que jugó para la selección de Suecia en el mundial USA 94. A los comentaristas del 2, Humberto Bejarano y Gerardo Riccardi, les dio por decir que era venezolano y que su papá era un maracucho. Cuentan que Tony Carrasco, enviado especial de RCTV a cubrir el evento, le preguntó a Dahlin en una entrevista si, efectivamente, era criollo, lo que motivó que el negrito se molestara y lo mandara a sacar con la policía. Aparentemente, el maracucho embarazó a la sueca y luego se desentendió».
Roberto Plaza. Exiliado en Boston.


«Yo recuerdo a una gorda que salía en una propaganda de Alerta diciendo que ella no era loca sino planetaria».
Amelia Candia. Exiliada en San José, Costa Rica.


«Me acuerdo cuando a Gilberto Correa le dio por llevar freaks a Sábado Sensacional. El más popular fue Nelson de la Rosa, el hombre más pequeño del mundo. En una oportunidad, el sucio de Gilberto le invitó a comer pabellón en pleno estudio y le puso un grano de arroz, dos hilachas de carne y una caraota. ¡Una vergüenza!»

Pedro Miguel Torres. Exiliado en Londres.


«Yo recuerdo una novela llamada Blue Jeans que pasaban por el canal 8. Era una especie de drama juvenil al estilo de Alcanzar una estrella. Una de las protagonistas era Herminia "La Gata" Martínez. La novela no se terminó de grabar porque, por esas fechas, la PTJ desmanteló a una banda de atracadores de quintas y muchos de los malandros formaban parte del elenco. Los actores inocentes, posteriormente, probaron suerte en Venevisión. El tema musical de Blue Jeans se llamaba “Tu mirada” y era una bachata que cantaba el merenguero dominicano Carlos Alfredo».

Eduardo J. Sánchez Rugeles. Exiliado en Madrid.



«1999 ó 1998, no recuerdo. Anunciaron que Andrés Galárraga tenía cáncer. Recuerdo como, en ausencia, El Gato hizo el lanzamiento inicial de la temporada para los Bravos de Atlanta. Lo transmitieron a través de las pantallas del estadio. Fue un momento emotivo».

Abraham González. Exiliado en Sevilla.



«Carlos Baute, comenzando los 90, pertenecía al grupo Los Chamos. Ellos hicieron una lamentable versión del tema "Sweet Child o’ mine" de Guns'n'Roses. La cantaba el más carajito de la banda. También se fusilaban temas de Bon Jovi. Es un recuerdo muy triste».
Alicia Fuenmayor. Exiliada en Quebec.


«Yo en los noventa, a la medianoche, me la pasaba llamando a La Hora del Gato. Disfrutaba de todas las estupideces que contaba Guillermo Tell y su banda de forajidos».
Emilio Santiago. Exiliado en Montevideo.


«Recuerdo una propaganda larguísima de Emeli Rodin que comenzaba en un teatro. Primero, un poco de hombres se pasaban de mano en mano a una tipa mientras cantaban "Mujer, mujer hermosa, deliciosa estás sabrosa, la manzana, peligrosa, la mujer pon pon (?), eres dulce, picarona, **una vaina ininteligible**, Emeli Rodin". Luego la tipa salía corriendo del teatro, se montaba en un carro y salía disparada por una autopista mientras gritaba "Tu vida es un casino, ese es mi destino" a lo que las voces masculinas respondían "Eres caprichosa, Emeli Rodin" y ella remataba a todo gañote "¡EMELI RODÍN!". Creo que para la época era porno softcore en televisión nacional y en horario todo usuario».

Luis Enrique Poján. Exiliado en Toronto.


«Nelson Bustamante tenía un programa con carajitos: Hay que oír a los niños. Lo pasaban los jueves por RCTV antes o después de Corky. Había niñitos simpáticos aunque el programa, en general, era bastante malo».

Gregorio Borja. Exiliado en Padua.


«Me acuerdo de una canción de Nancy Ramos llamada "Amor Chiquito". Fue una de las pocas apariciones de Nancy en la década de los 90. Esta era la canción de una novela argentina llamada Princesa que pasaba RCTV a las tres de la tarde. La Princesa era Maricarmen Regueiro. ¡Amor chiquito, acabado de nacer, eres mi encanto, eres todo mi querer! Algo así decía, qué cosa tan pavosa».
Ismenia González. Exiliada en París.

SI FUERAN VENEZOLANOS I

Esta nueva sección de NOVENTERÍAS, desarrollada por un excelente grupo de psicólogos, pretende mostrar qué habría sido de importantes y reconocidas figuras internacionales si estas hubiesen tenido la fortuna o la desgracia de haber nacido en Venezuela. Presentamos a continuación una síntesis elaborada por nuestros expertos.

CIRILO (Caracas, 1982-?) - C.I. 17.223.456

Expulsado de la Escuela Mundial en sexto grado por mala conducta. Delincuente juvenil. Vinculado a los sucesos de la panadería La Poma en Sabana Grande, el desvalijamiento del taller Palillo e hijos y al asalto a la residencia del constituyente Herman Escarrá. Condenado a 20 años de prisión por el brutal asesinato de Jorge del Salto –suceso que conmovió a la opinión pública–, así como por el secuestro y vejación de su amiga de infancia María Joaquina Villaseñor. Cirilo, en 2004, salió en libertad por buena conducta y, actualmente, vende CDs quemados en la Plaza de las Tres Gracias.


MORRIS COHEN, ZACARÍAS
“ZACK” (Caracas, 1974) - C.I. 11.235.765

Estudió en el colegio Moral y Luces (Hebraica). A pesar de sus raíces judías, no se abstiene de comer cachitos de jamón, arepas con diablito y pinchos del estadio. Fanático enfermizo de los Tiburones de la Guaira. A principios de los 90, fue patinetero en la Plaza Alfredo Sadel de las Mercedes y en las escaleras de la Torre Británica. También perteneció al grupo de graffiteros Los RAA. A mediados de la década atravesó por una etapa de confusión sexual, sintiéndose intensamente atraído hacia su mejor amigo de la infancia, A.C. Slater. Estudió Derecho en la UCAB, donde se lanzó para presidente del Centro de Estudiantes en una plancha llamada El Campanazo. Participó en la cátedra de honor, en Lamun, HNMUN (Harvard), y fue invitado en cuatro ocasiones consecutivas a animar el Show de Ingeniería. Hoy en día trabaja en la 92.9.


BUCHANNON SALAZAR, MITCH JESÚS (Lecherías, Edo. Anzoátegui, 1952-?) - C.I. 3.331.976

Mitch nació en Lecherías, hijo de irlandés y margariteña. Su madre cuenta que de pequeño se iba a nadar al río Manzanares desnudo. Cuando Mitch tenía 8 años, su padre les dejó el pelero y doña Altagracia decidió mudarse a Caracas. En la capital, Mitch (alias El Musiú) estudió en el Gustavo Herrera. Quiso estudiar Educación Física en el Pedagógico del Paraíso, pero pronto se dio cuenta de que su apariencia física lo llevaría más lejos que la academia. A principio de los 70 trabajó en el Club Paracotos como salvavidas. En los 80, fue profesor de natación en la Teo Capriles de Macaracuay y en el Colegio Santiago de León pero fue expulsado de ambas instituciones por propasarse con las alumnas. En 1984 le rayó el carro a Rafael Vidal después de que éste regresara a Venezuela con la medalla olímpica de bronce. Durante los 90 fue salvavidas en Playa El Agua en eventos como la Descarga Belmont, mientras que en temporada baja vendía Herbalife en Caracas, Valencia y Puerto La Cruz. Ocasionalmente bailaba capoeira y daba talleres de hatha yoga en los pasillos de la UCV. Hoy en día se dedica a vender bisutería en Choroní.

SERIE BIOGRAFÍAS: Miguel Moly

NOVENTERÍAS EDITORES presenta COLECCIÓN BIOGRAFÍAS:


La casa editorial NOVENTERÍAS ha presentado su nueva serie literaria BIOGRAFÍAS con la que pretende estudiar y reivindicar la obra de venezolanos noventeros esenciales para la construcción de la década. El primer tomo de nuestra colección es Miguel Moly, camino de Santa Fe, investigación realizada por Rafael Arráiz Lucca.


«Humanidad, inteligencia, vulgaridad astuta, ingenio lascivo. Arráiz presenta a un Moly poco conocido que trasciende el básico concepto de lo ordinario» (Don Jackson, New York Times). Rafael Arráiz Lucca explora en este trabajo la evolución personal y musical de Miguel Moly. El autor nos describe cómo, camino de Santa Fe, el esposo de Inés María Calero inició una sugerente relación afectiva con la morena y, más tarde, con la piernona y la caderona. Hay en este trabajo argumentos convincentes que demuestran la falsedad y la mala saña de un supuesto video erótico entre el cantante y Diveana. “Todo eso se hizo para perjudicarme. Yo con Diveana sólo grabé el merengue 'Por quererte tanto'; lo demás es falso”, nos dice el artista. Arráiz presenta a un Miguel Moly intimista, profundo y reflexivo. El lector asiste a la génesis de piezas tecno-poéticas como Yo por ti, Dulcemente bella y, entre otras, Lloré. Algunas de las preguntas que se plantea Arráiz y sobre las que se brindan ideas sugerentes son: ¿qué criterio utilizaba Luis Alva –compositor de los merengues de Roberto Antonio, Diveana, Los Melódicos y Natusha– para decidir quién debía interpretar sus temas? ¿Por qué Moly, a diferencia de Roberto Antonio, nunca fue la estrella de Sábado Sensacional? ¿Por qué Miguel Moly nunca grabó un dúo con Natusha? «Pocos autores tendrían la capacidad y el ingenio de abordar a un personaje como Moly con el rigor de Arráiz. Camino de Santa Fe ha de ser, sin duda, un texto esencial para la compresión de nuestra historia contemporánea» (Nelson Rivera, Papel Literario, El Nacional). «Moly, a pesar de tener la oreja ‘tiesa’ de tanto escuchar un no, ilustra con sus experiencias merengueras, amatorias y sensacionalistas lo peor y lo mejor de una década» (Luis M. Ansón, El Mundo, Madrid).

DICCIONARIO DE AUTORIDADES I

Las sociedades superiores necesitan payasos. Venezuela, desde finales de los años ochenta, sacrificó de manera consciente sus referentes cirqueros. Los noventa representaron, efectivamente, la negación de Popy, la vulgarización de Juan Corazón, el hundimiento de las payasitas Nifú-Nifá y el paulatino desmoronamiento del circo de los Valentinos. Los payasos son necesarios para conformar las identidades nacionales. Venezuela, al adoptar resistencias ideológicas contra su incuestionable tradición de mimos y cuentacuentos, posibilitó la más honda dispersión ética que se haya dado en el continente americano. El último gesto civilizatorio que, con respecto a los payasos, se dio en Venezuela debe agradecérsele a Mayte Delgado, a Viviana Gibelli y a Delta Girbau quienes, a finales de los 80, reivindicaron esta importante figura festiva a través del Circo de las Cómplices en el segmento llamado "El payasito incógnito". Fue un planteamiento ético y estético novedoso el que los venezolanos, a cambio de yoyos y perinolas, pudiesen llamar a Venevisión para identificar a las estrellas invitadas. Belén Marrero, Carlos Arreaza, José Vieira, Guillermo Dávila… Todos ellos se disfrazaron de payasos y al hacerlo elevaron, desde una perspectiva ontológica, el nivel cultural de ese país.
SAMUEL HUNTINGTON

DOSSIER (I): Panorama sentimental

Por Pano Malpica.


Gracias al inspirado comentario de un lector, hemos decidido dedicar el DOSSIER de la tercera edición de NOVENTERÍAS al tema del amor: "desde 'las latas que nos dábamos por ahí' hasta su fundación discursiva - cultural en la Venezuela de fin de siglo". Cita del email anónimo enviado a noventerias@gmail.com.

En el ámbito personal, ya he hablado suficiente de Claudia Itriago, aquella novia que vivía en Terrazas del Ávila y que me montó cachos. En esta ocasión, sin embargo, no quiero hablar de mi historia, sino de los eventos y personajes noventeros que moldearon la educación sentimental de una generación. A primera vista, los 90 se pueden etiquetar como una década de disolución familiar, como así lo atestigua, por ejemplo, el divorcio de los padres de Marlene o el hogar disfuncional de Camacho, pero la década también nos regaló inequívocas manifestaciones de afecto que sin duda alguna forman parte de cómo vimos, expresamos e hicimos folklore a través de los sentimientos. El amor en Venezuela fue un discurso, en gran medida, modelado por Sábado Sensacional y la revista Ronda. Chepa Candela trascendió su vulgar columna para constituirse en idiosincrasia. Las telenovelas, entre otras formas discursivas, formaron una farándula culta o, si se prefiere, una cultura popular de la clase media a la que pretendo hacer referencia. No ha sido fácil inventariar estos icónicos romances. Creo que hay, sin embargo, en las parejas que se citan a continuación, suficientes elementos para entender cuáles fueron las constantes sentimentales de los 90.

Es necesario, antes de adentrarnos en el espectro farando-cultural, citar una breve pero sustancial experiencia política. Los noventeros entramos a la década arrastrando los referentes amatorios de nuestros líderes democráticos. La única constante ideológica fue la tríada: Lusinchi - Gladys Castillo - Blanca Ibáñez, CAP - Blanca Rodríguez - Cecilia Matos. Para aquellos que, con Durcal, piensen que la costumbre es más fuerte que el amor, he aquí una prueba contundente de que Venezuela es un país sentimentalmente progresista.

Durante los noventa, la farándula en Venezuela se constituyó como una fuente inagotable de erudición en lo que se refiere a relaciones interpersonales. La década se inauguró con un gran romance: Catherine Fulop y Fernando Carrillo. En 1989 estos jóvenes actores redimensionaron el concepto de pareja con una novela fundacional para la estética noventera –Abigail. En 1990, en vivo, por Sábado Sensacional, Catherine y Fernando contrajeron matrimonio en una celebración muy pavosa que tuvo lugar en una especie de finca cercana a Maracay. El romance entre las estrellas, sin embargo, terminó en 1994.

En 1991, Guillermo Dávila conmovió a generaciones –una vez más– cuando le cantó a su nueva esposa, Chiquinquirá Delgado el emotivo tema: “Quiero decirte tan solo que nadie ocupa tu lugar”. El matrimonio se fue al caño en 1999.

En el 94, hubo emociones mixtas: Mimí Lazo y Luis Fernández se casaron, pero Carmen Julia Álvarez y Daniel Alvarado terminaron su relación de más de 15 años.

El año 97 Sábado Sensacional nos regaló otro espectáculo dantesco- majestuoso: las nupcias de Gabriela Spanic y Miguel de León. Esta pareja se consolidó durante el rodaje de la eterna y traumática historia de Gilda Barreto, Como tú ninguna, novela que Venevisión transmitía en horario vespertino. A 40º y con carroza tirada por caballos, la boda se celebró en la iglesia Santa Rosa de Ortiz. El cuento de hadas duró hasta 2003. Posteriormente, Spanic alegaría en su autobiografía que de León había abusado físicamente de ella durante toda la relación.

Al año siguiente, otra boda estelar inundó las pantallas de nuestros televisores. En esa ocasión le tocaba el turno a la estilizada Emma Rabbe y a Daniel Alvarado quienes se desposaron en una ceremonia luterana (rompiendo todos los esquemas televisivos tradicionales). Esta pareja continúa felizmente casada.

Algunas rupturas noventeras importantes fueron las de Yordano y María Alejandra Martín, Carolina Perpetuo y Sergio Pérez (las malas lenguas dicen que el cantante le pegaba), Cristina Dickmann y Florentino Primera, Raquel Lares y Gilberto Correa, Carlos Mata y Marlene Maceda (este matrimonio colapsaría en 2002), Irene Sáez y Enrique Mendoza. Una historia que no quedó clara fue la del noviazgo de Viviana Gibelli con Jean Carlos Simancas. Estos anunciaron boda pero, repentinamente, la relación terminó. Después comentaron que Simancas era gay. Nunca se supo qué pasó.


Pero en la farándula también hay historias amorosas duraderas: Carlota Sosa y Rafael Romero, Maite Delgado y Alfonso Mora, Javier Vidal y July Restifo (quienes recibieron y soportaron, más unidos que nunca, la embestida de unas acusaciones de plagio por parte de Vidal), e Inés María Calero y Miguel Moly (a pesar de malsanos rumores de cuernos merengueros).

Estos nexos amorosos sin duda inspiraron a las parejas del nuevo milenio: Ilan Chester y Merci Mayorca (casados en 2003), Daniel Sarcos y la Chiqui (en el 2004), Erika de la Vega y Capriles Radonski, Daniela Kosan y Luis Chataing, Anna Vacarella y Leopoldo López (recientemente casado con Lilian Tintori).

Pero el crédito no se lo llevan solamente los protagonistas de la pantalla. La educación sentimental de mi generación tuvo sólidas influencias en el mundo musical y cinematográfico. Nadie puede olvidar la película La primera vez, de Salserín; o la miniserie Los últimos héroes, del grupo Menudo. El abrazo final en el aeropuerto entre Kevin Costner y Whitney Houston en The bodyguard causó hondas impresiones en las niñas venezolanas. Lo mismo ocurrió con la actuación de Andy García como el abnegado marido que soporta las impertinencias de una Meg Ryan alcohólica, en When a man loves a woman. Maná y Laura Pausini, por otra parte, nos regalaron poesía romántica para cantarle al oído a nuestras primeras parejas: “Es más fácil llegar al sol que a tu corazón”, “Tengo ganas de un amor sincero, ya sin él”. En un tono más latinoso, Natusha conceptualizó, con desparpajo, cómo se sintió el amor en la década de los 90:

Dime, dime si tú no me quieres
para morirme de pena.
Yo me voy por mi vereda.
Sí me voy a suicidar.


DOSSIER (II): Mejor no hablemos de amor

Por Marlene Tavares.

María Cecilia Egan y Eduardo J. Sánchez Rugeles me han pedido que pase por escrito alguna historia que, grosso modo, sintetice la educación sentimental que tuve en los años noventa. Yo fui una adolescente sensiblera. El concepto de pareja que formé entonces fue modelado por Gigi Zanchetta y Fernando Carrillo en la novela Primavera.

También lloré con Niña Luna y, del grupo Menudo, estuve enamorada de Rubén. Con las telenovelas noventeras aprendí las nociones elementales acerca del amor y el odio. Mi vocabulario invectivo se enriqueció con las caracterizaciones de Flor Nuñez y Carlota Sosa, entre otras. Thalía, años después, horadaría mi concepto de lástima y me haría saber que ‘mendigar’ y aguantar coñazos es una eficaz estrategia del romance. Los noventa, en el plano amoroso, representaron para mí una experiencia traumática, intensa e innecesaria.

Mi educación sentimental cursó Laura Pausini, Maná, Soraya y Roxette. Seguí de cerca los teledramas musicales Alcanzar una estrella y Baila conmigo aprendiendo que el ejercicio del amor era un deber adolescente.

El divorcio de mis padres, con argumentos dramáticos idénticos al de la novela colombiana Señora Isabel –que años más tarde se haría famosa, me hizo presenciar degradaciones innombrables. Todo ensayo y error parecía demostrar que amar y sufrir eran sinónimos. Sentimiento y lamento, curiosamente, riman y así mi adolescencia, haciendo exégesis de letras cursis de Ricardo Montaner, ejerció variopintas actitudes que hoy, al recordarlas, me producen vergüenza.

Fui novia de Felipe Rondón desde octavo hasta cuarto año, 1992-1994, aproximadamente. He de decir también que mi último año escolar, a pesar de no ser novios oficiales, fue una pesadilla. Mis recuerdos de Felipe, en su mayoría, son aciagos. Me pidió el empate en casa de Emilia mientras, supuestamente, hacíamos un trabajo de inglés. Durante quince días fue cariñoso y tranquilo. Debí terminar aquella relación tras la primera escena de celos que montó en una rumba en casa de Mel Camacho. Agarró al negro Gonzalo y, sin razón alguna, lo metió de cabeza en una cava. Gonzalo, que en paz descanse (murió en un accidente en 2000) era mi amigo de infancia. Gonzalo y yo cursamos plastilina en el Cristo Rey, nuestras madres formaron parte de la junta de Padres y Representantes. Lo saludé con cariño y Felipe se tapó, se puso bruto. Al día siguiente me dijo que era una puta y que, seguramente, ya me había acostado con el negro. En esa época yo no me había acostado con nadie. Era tan galla que cuando me besaban con lengua me ponía nerviosa y me daban ataques de risa. Después llamó llorando y pidiendo perdón, me envió flores y tarjetas de librería con dibujitos y mensajes pavosos. Lo perdoné.


A pesar de mi desconocimiento por tales greñúos le acompañé al concierto de Guns N’ Roses. Fue un día horrible. Temprano, al mediodía, mi papá quiso hablar conmigo para explicar que quería separarse de mi madre. Me llevó al Palacio del Mar y me dijo que él era bueno, noble, pendejo y que la otra, desde hacía mucho tiempo, le estaba engañando. Comí una crepe de calamares que me cayó mal, los calamares estaban picantes. Me encontré con Felipe y otros amigos del colegio en el estacionamiento del Poliedro. Teníamos, apenas, tres semanas de novios, no tenía suficiente confianza para decirle, abiertamente, que tenía ganas de cagar.

Emilia me acompañó a los bañitos de plástico que habían montado los organizadores del evento. Colas de 20 ó 25 carajas rebosaban las cuatro salitas destinadas, explícitamente, sólo a necesidades urinarias. A Emilia, por fortuna, tampoco le gustaban los gringos; ella estaba acompañando a Gonzalo que estaba con Mel y otros chamos del Santo Tomás.

Cuando apareció el Conde del Guácharo pensé que moriría por la implosión y, posteriormente, por la vergüenza. Felipe no se enteró de mi malestar, estaba entusiasmado comprando bandanas de Axl. Guns N’ Roses apareció en escena. No pude aguantar. Tras la primera canción tomé a Emilia de la mano y salí corriendo.

Aquella madrugada al terminar el concierto, mientras me decía puta, mientras me echaba en cara que lo había dejado solo, que sus amigos se habían burlado de él y argumentaba que, seguramente, había ido a 'jamonearme' con algún amante, no encontré la manera de decirle que tuve que correr hasta el Hipódromo y jalarle bolas a un vigilante para que me prestara el baño de una caballeriza. Me sentía mal y vomité, le dije. ¡Qué pendeja! Nunca he entendido por qué nos produce tanta vergüenza la mierda.

El teléfono, con frecuencia, sonaba en mi casa a la medianoche era Felipe. Mis padres, sin embargo, encerrados en sus burbujas, pensaban que se trataba de sus respectivos amantes y se montaban trifulcas insoportables. De nuevo flores, de nuevo canciones de Magneto y de nuevo la pendeja perdonaba.


Dejé de ser señorita, como acostumbraban decir en Caracas, en una casa de Tanaguarena. Afuera soplaba el huracán Bret. Siguiendo el discurso de Thalía o Gigi Zanchetta en Primavera tendría que decir que fui suya, que me entregué a él, que me amó… Malditos eufemismos, el infeliz me mal cogió, me hizo daño, me escupió su porquería en el único pantalón que llevé para la playa y, luego de decirme que me amaba y que había sido un momento muy especial, se fue a beber cerveza con sus amigos y a ostentar, supuestamente, un papel secante manchado de sangre. Eso me lo contaron después. Mi estupidez fue tal que en lugar de confrontarlo me molesté con el mensajero (el mensajero fue Mel).

En cuarto año, junto con Emilia y la gorda Melo fui payasita. Amenizábamos fiestas de carajitos y, sin mucho esfuerzo, hacíamos algo de dinero. Era divertido, tranquilo. Siempre he tenido buen rollo con los niños. Fue la peor época de la relación, fue el peor Felipe, el llorón, el violento, el agresivo, el celópata. Perdí a mis amigos, todos se sentían amenazados por mi novio. Los fines de semana vestida de payasa cantando Kikiki-cococó-curucurucuru-cucucú-cuacuá eran una válvula. Un día se apareció en el Parque del Este donde se celebraba la piñata de un carajito de mi edificio. Me formó un peo delante de todo el mundo ya que, supuestamente, yo tenía rato pistoneándole al carajo de la miniteca. Se alteró muchísimo, incluso, me levantó la mano. Luego me dijo que se iba a matar, que se iba a tirar al Metro, me dijo que yo no lo merecía, me lanzó un discursito patético que, profundamente, me conmovió. Él salió corriendo hacia la Francisco de Miranda y yo, tras él, corrí por toda la calle vestida de payaso. Tuve que correr hasta el Centro Plaza donde le perdí la pista. Todo el mundo me veía, fue terrible. Lloraba y se me corría la pintura. La historia, más tarde, se repitió: Marle perdón, yo te quiero, Marle. Perdóname, no lo volveré a hacer.

En las vacaciones de cuarto año, conscientemente, le fui infiel. Me fui de vacaciones a Miami con mi papá. Felipe no quería que fuera. Me pidió, llorando, que no lo dejara solo. Se apareció en el aeropuerto con flores y el poema más trillado de Mario Benedetti. Bajé a tomar algo al bar del hotel Holiday Inn de Miami Beach. Había un negro puertorriqueño que empezó a hacer ojitos desde que entré; ya no podía más, estaba harta. La situación con Felipe era intolerable. El boricua, sencillamente, me gustó y, sin conflictos, siendo consecuente con la retórica dramática noventera, me entregué a él.


Contárselo a Felipe, con detalles, fue placentero. Te monté cachos, le dije. Ya no te soporto, te odio, maldito, coño e' tu madre, come mierda… Dije groserías que nunca en mi vida había dicho, insultos mucho más efectivos que los pronunciados por Flor Nuñez, Belén Marrero o Caridad Canelón. Lloró y lo disfruté. A la semana, luego de mandarme a decir con sus panas que se iba a suicidar y que cambiaría si lo perdonaba, me devolvió mis cosas en una bolsa de Supermercados Victoria. Le dijo a toda Santa Fe que era una puta y que, vilmente, lo había engañado con todo mi salón de clases.

No disfruté mi fiesta de graduación por la aparición intempestiva de Felipe. Sólo cuando me mudé con mi papá y, años más tarde, empecé la universidad pude perderlo de vista.

Así que Ceci, Edu… ¿Qué les puedo contar? Ustedes, creo, conocieron a Felipe… Era el idiota que nos encontramos una vez en la 4D de Altamira, el de la moto. Mejor no hablemos de amor, se llamaba una canción de los Enanitos Verdes que sonó en el underground noventero. Los noventa fueron una mierda. Mejor, para la próxima, invítenme a hablar de otra cosa.

DOSSIER (III): Un día de furia

Por Mel Camacho.

El love theme de mi adolescencia era interpretado por Jerry Rivera.

14 de junio de 1993: Cumpleaños del objeto de mi afecto, Mónica García. En una rumba en casa de María Alejandra Escobar habíamos bailado una canción de Jerry Rivera que, luego supe, se llamaba Cuenta conmigo.

10:00 A.M - Recordland, Las Mercedes: Mi padrastro me dio la cola hasta la discotienda. Le compraría a Mónica de regalo el último LP de Jerry Rivera que, de cuarta, en el lado B, incluía nuestro tema de amor. Comprar un disco de Jerry Rivera, sin embargo, representaba para mí un ejercicio temerario. Yo escuchaba, en aquel entonces, AC DC, Ántrax, Iron Maiden y todo tipo de estridencia foránea. El Caribe se presentaba a mi imaginario adolescente como un espacio marginal; como aquello que, musicalmente, no debía ser. Yo además, debo confesarlo, era un wooperó.

Medianoche (Tres días antes):
El estropicio del 14 de junio de 1993 tiene estrecha relación con un personaje al que debo hacer referencia: Payasito. Payasito era un malandro mítico que estudiaba en el LUA (Liceo Urbaneja Achepohl). Supe, días antes del cumpleaños de Mónica, que Payasito quería caerme a coñazos. Juan Carlos Tovar, a la salida del colegio, me dijo: ¡Mel, corre hasta los edificios de Primaria y salta la reja, afuera está Payasito! Payasito, para los adolescentes noventeros del sudeste capitalino, era una especie de Keyzer Soze. Payasito, se contaba, le había caído a batazos a un chamo del Santa Mónica y era amigo cercano de los más representativos malandros del CCCT. La responsable de mi enfrentamiento con este individuo fue la gorda Melo. La gorda Melo era una amiga fea a la que le tenía –y aún le tengo
, mucho cariño. Carolina Melo era espantosa: tenía gengivitis, estrabismo, simulacro de labio leporino, pelo malo y piel grasosa, muy grasosa. Podría decir, a su favor, que era buena gente. Mi madre siempre dijo que la gorda Melo tenía los ojos muy bonitos. El hecho es que ella, supuestamente, se había dado unos besos con Payasito en un matiné escolar que se celebró en la discoteca Hawai Kai. Cuentan que Caro, durante muchos días, estuvo suspirando por su príncipe malandro. Para echarle vaina, el fin de semana anterior al cumpleaños de Mónica, llamé a la Mega Estación (107.3 FM) a medianoche y dejé un Megamensaje: “Mi gorda, te quiero, te extraño, me gustas full. Payasito”. Todo el salón lo escuchó, fue un chaleco entusiasta. Yo no contaba con que esa información llegase a oídos de Payasito y, mucho menos, que le produjese un profundo disgusto. Durante esa semana viví con terror. Payasito y su banda, los Yoogies, me estaban buscando para caerme a coñazos.

10:15 A.M. Recorland, again. Junio, 1993
: Entré con prudencia. Payasito podía estar en cualquier rincón. Ese día no había clases: consejo de curso, día del árbol, día del maestro, día de la bandera, no sé que efeméride baladí se celebraba. Al mediodía debía encontrarme con Gonzalo en Mata de Coco. El cabrón había clasificado para las eliminatorias de changa en Estudio 92 y el programa se grabaría esa tarde. Gonzalo estaba saliendo con una caraja llamada Milady que trabajaba en Estudio 92 y que durante cuatro horas, o más, se dedicaba a bailar detrás de un biombo. Esa noche a Mónica García le picarían una torta en su casa y allí le daría la sorpresa: le regalaría el disco de Jerry. Me acerqué a la sección de salsa con desdén, allí encontré a Jerry Rivera con un paltó azul, una camisa roja y una corbata floreada.


¡Qué raya! Me dije. Menos mal que esta vaina me la van a envolver para regalo. Fue el nacimiento de la desgracia.

Primer timo del día: Cola en la caja. Puse el disco de Jerry sobre el mostrador. Andaba agüevonado, lento y nervioso. Me costó caer en cuenta que el infeliz que debía cobrarme se dedicó a tomar el LP y doblarlo en pedazos, lo partió por la mitad, luego lo quebró en cuatro, lo metió en una bolsita y me lo dio. ¡Coño! Me dije, luego me pidió los reales. Estaba tan ladillado y tenso por la amenaza que se cernía sobre mí que estuve a punto de pagar y largarme. Ahí me confesaron la verdad: fui víctima del Loco, video, Loco. ¡Pocas cosas en la vida me han dado tanta arrechera!

1:12 P.M. Mata de Coco, Estudio 92 (I)
: Encontré a Gonzalo Porras en la cola. La broma en Recordland se saldó con la obtención gratuita del disco de Jerry. Por desgracia, no había papel de regalo y tuve que andar por la calle con mi LP en bolsita. ¿Qué compraste? Me preguntó el negro. Un coño, una vaina ahí, pa’ mi mamá. El paltó azul de Jerry, sin embargo, se transparentaba provocándome una profunda vergüenza entre mis amigos wooperós. ¿Se sabe algo de Payasito? Le pregunté a Gonzalo. Tú tranquilo, aquí estamos los panas pa’ defenderte: está El Gato, está el gordo Pérez y el moncho Atilio. ¿Cómo podría describir a la banda de impresentables que, entonces, eran mis amigos? En la entrada al auditorio practicaban pasos de changa, ponían las palmas juntas e iniciaban movimientos ridículos acompañados de todo tipo de gesto simiesco. Yo no fui wooperó por convicción, me dejé llevar por la moda. Siempre sospeché que el ser wooperó sería algo pasajero. Cuando formas parte de algo que, en Radio Rochela, parodian Emilio Lovera y el Nené Quintana debes entender que hay algo en tu vida que está mal. Sin embargo, por esos días, disfruté de mi pollina. Tienes que ver a Milady, estará detrás del biombo amarillo. Está buenísima, dijo Gonzalo.



[En el biombo superior derecho puede verse a Milady]

Sobrevino, entonces, el escándalo: se desplomó un techo y le cayó encima a unos carajos del San Agustín del Marqués. Los que quedamos de pie nos apiñamos en la entrada y, en estampida, logramos entrar al auditorio. Cuando la cosa se calmó el gordo Pérez me dijo que, por la pista de baile, había visto a uno de los Yoogies.

2:00 P.M. Mata de Coco, ESTUDIO 92 (II): Quería irme a mi casa. Poco a poco los panas fueron confirmando la presencia del victimario. La competencia de changa sería a las 4:30; antes debíamos disfrutar –yo diría sufrir
la presentación de Karolina con K. El negro estuvo toda la tarde pendiente de Milady. Lilibeth Morillo y Carolina Perpetuo, a la distancia, parecían tener un problema con unos ejecutivos del canal. Querían suspender el programa por el desplome del techo. Por una o dos horas se retrasó la grabación. Mi cabeza iba a estallar, me estaba meando. No quería ir al baño ya que tenía miedo de una posible aparición de Payasito. Se encendieron las luces, los asistentes dieron las indicaciones y Carolina Perpetuo saltó sobre la pista con fingido entusiasmo. Más tarde Lilibeth Morillo presentó a Karolina con K. ¡Coño e’ la madre! Yo con ese dolor de cabeza y me montan a esa maracucha fea cantando una canción pavosa. ¡Qué te pasa, está buenísima!, dijo Gonzalo. A él le gustaba toda esa mierda: Diveana, Natusha, Miguel Moly y demás vástagos de Sonográfica, Emi, Velvet y Sonorodven. Con el primer acorde el negro identificó el tema, ¡Coño, Noches vacías, qué de pinga! Karolina, te amo, TE AMO. Gritó.



Durante la competencia de changa huí del estudio. No aguanté las ganas de mear, caminé en dirección al baño. Las luces me pegaban de frente, estaba mareado. Tuve la impresión de haber dado con Payasito y, con mi bolsa de Recorland dando tumbos, salí corriendo desesperado. Tomé un taxi que, no sé por qué razón, me dejó en Las Mercedes. Creo que acordé con mi padrastro que, a las seis de la tarde, me buscara frente al parque de atracciones El Tolón.

4:05 P.M. Principal de Las Mercedes: Entré a pollos Arturos. Tenía hambre, no había comido desde el desayuno. Asistí, entonces, al nacimiento del mito. Yo lo vi. Yo estuve allí. La familia telerín que estaba a mi lado, intempestivamente, mudó su felicidad en desgracia. El niño menor llevó a su boca, empanizado, un ratón. La madre gritó, los comensales gritaron, los empleados gritaron. Yo, con mi bolsita de Recordland, transparentando la pinta de Jerry, pensaba que, a la manera de las películas de mafia, todo se trataba de una confabulación orquestada por el verdugo. Años más tarde puedo y debo decir que el mito de Raturos es real. No se trata de una leyenda urbana. Yo lo presencié, yo estuve allí.

6:22. P.M. Hogar dulce hogar: Tomé una aspirina, tomé una ducha, tomé un papel de regalo de navidad –el único que había
y empapelé al maldito puertorriqueño. El apartamento era un escándalo. He citado en otras entradas de este blog las relaciones políticas que mi madre tenía con el partido Acción Democrática. Aquella tarde llegó a mi casa la banda adeca que estaba en contra de la candidatura de Claudio Fermín. Mi mamá estaba neurótica, hipersensible. Se discutía, entonces, la actitud que debía tomar el partido ante los últimos acontecimientos. María Auxiliadora no es pendeja, Carmelo, si Mary le pasó esa vaina al viejo es porque sabía cómo era el asunto, ¡Coño! dijo mi madre. ¡Ese viejo es un pajúo, qué bolas! Gritaba Lewis Pérez. Resulta, me enteré más tarde, que hablaban de María Auxiliadora Jara. Ella era la secretaria privada del presidente Ramón J. Velásquez y, por esos días, se dio el gracioso episodio del indulto al narcotraficante Larry Tovar Acuña.

Mi casa fue el escenario para que el sector más radical del adequismo tomara algunas decisiones que, entre whiskys 18 años en las rocas, nunca se llevaron a la práctica. Mi madre, por supuesto, alterada por las visitas y la angustia de los acontecimientos, no podía llevarme a casa de Mónica. Hijo, estoy ocupada, llama a Gonzalo para que su papá te busque. Gonzalo se iba a ir directo desde Mata de Coco. ¿Dónde vive la carajita? Me preguntó un viejo amigo de mi madre. Por Colinas de Bello Monte, cerca del Castillo, le dije. Yo lo llevo, Gloria, no te preocupes, ya me iba. El viejo iba medio prendío, tenía un whisky que, ágilmente, cambió a un vaso de plástico. Para que el recuerdo de aquel infortunado día resulte más pintoresco debo decir que llegué a casa de Mónica porque Carmelo Lauría me dio la cola.

9:45 P.M. Residencia de Mónica García: La noche fue un fiasco. Amilcar Soto, un pretendiente de Mónica de Cuarto B había llegado más temprano y le había regalado el disco de Jerry, en CD. Me sentí como un idiota. Además, el negro se cagó de la risa porque el último disco de Jerry Rivera no era el que yo había comprado. Estúpido, ya salió Cara de niño, que es el nuevo.

Mónica estaba feliz con su CD. Mel, gracias, pero ya lo tengo, me dijo con una sonrisa. No pudimos ni siquiera picar la torta. Los padres de Mónica nos echaron de la casa porque a Gonzalo le dio por meterle unos Alka Seltzers a las Coca-colas ya que con eso, supuestamente, las mujeres se volverían locas. Contó, entusiasmado, la mítica historia de una caraja que, en La Unión, se había metido la palanca de su carro. La abuela nos pilló y a todos, menos a Amilcar Soto, nos echaron a la calle.

Cuando regresé a mi casa un grupo de adecos continuaba bebiendo. Reconocí a Paulina Gamus y a Luis Carlos Serra Carmona. Mi madre, con su vaso de AD, se veía totalmente ridícula. Mónica García no volvió a hablarme. Dos semanas más tarde ella y Amilcar Soto se empataron. El negro llegó a la final de changa en Estudio 92 pero no pudo presentarse a la última competencia porque le dio apendicitis. Recordar esa jornada hace que, todavía, sienta un profundo desprecio por Jerry Rivera.


P.D: Durante muchos años, hasta la disolución de los Yoggies, tuve la impresión de que, en cualquier momento, Payasito aparecería y me caería a coñazos. Por fortuna nunca apareció.

DICCIONARIO DE AUTORIDADES II

La deconstrucción moral de la sociedad venezolana se da, sin lugar a dudas, en 1996, con el desplazamiento de Pepsi como producto íntimamente ligado a la identidad nacional. La oposición Coca-Cola–Pepsi crea una profunda escisión en la idiosincrasia criolla, pasando a engrosar la lista de rivalidades tribales: Caracas–Magallanes, AD–Copei, Polar–Regional, Telcel–Movilnet, Toronto-Boston, etc.
JACQUES DERRIDA

En los 90, el venezolano canjeó la cabalística equina por la numerología: Gaceta Hípica perdió su pedestal de hito cultural para dar paso al culto del Kino Táchira. Sentarse los domingos a comentar sobre la técnica a la hora de agarrar billetes flotantes en el Ciclón del Dinero se convirtió en una actividad familiar obligatoria. César González, el amigo de todos, sustituyó la voz nasal y cadenciosa de Alí Khan. Nombres equinos como Desert Rose, Princesita o Aragonero, poco a poco fueron saliendo del imaginario noventero, opacados ante el "Lo certifico" de una notaria gorda y mal vestida.
JULIA KRISTEVA

NOTAS DESDE EL EXILIO II

«Mi primer CD fue Nevermind de Nirvana. Recuerdo que tras el último track: "Something in the way", había una canción secreta. Fue todo un acontecimiento. Comenzó entonces la mitología de las canciones secretas. Se decía que si se escuchaba el tema en reversa había un mensaje satánico».
Arturo Moncada. Exiliado en Los Ángeles.



«Yo recuerdo cuando las Águilas del Zulia jugaban en Caracas y, a golpe de séptimo u octavo inning, sacaban a pitchar a Julio Machado. ¡Asesino, asesino, asesino, asesino, asesino! No sé cómo podía concentrarse. La grada parecía un coro griego. Hasta que no lo sacaban no terminaba el escándalo».
Froilán Gutiérrez. Exiliado en Panamá.


«Servando y Florentino Primera dieron un concierto en Perú. Cuentan que Servando se dio unos coñazos con un vigilante del auditorio y eso hizo que las adolescentes limeñas se desesperaran. Al final hubo una estampida lamentable en la que algunas muchachas murieron. Leí esa noticia en el 2001».
Perla Alcántara. Exiliada en Santiago de Chile.


«Yo me acuerdo cuando le dieron unos tiros a José Vieira. Fue un día traumático para el país en general y para Sábado Sensacional en particular».

Jimena Peña. Exiliada en Bogotá.


«Había un malandro culto en la novela Amores de fin de siglo, creo que el actor era Yván Romero. Fue, en Venezuela, la época de oro de los malandros: Eudomar Santos creó una estética difícilmente superable. También, por esos días apareció la emisora 96.3 Candela Pura cuyas promociones las hacía un malandro llamado Wilmer. Recuerdo que este malandro ilustrado de Amores de fin de siglo salía en una propaganda describiendo una enfermedad ‘picosomática’».
Argenis Mendoza. Exiliado en Burdeos.


«Yo me aprendí el orden de los signos con Los Caballeros del Zodíaco que, a finales de los 90, pasaba Televen».
César Sánchez. Exiliado en Madrid.


«¡Un mundo ideal! / Un mundo ideal / Que compartir / Que compartir. Qué recuerdo tan lindo. Ricardo Montaner y una española llamada Michelle grabaron la versión castellana del tema de amor de la película de Disney, Aladino. Era el último track del disco Ricardo Montaner, Grandes éxitos. Los griticos finales de Michelle todavía me hacen llorar».
Julia Vizcaya. Exiliada en Tenerife.


«En 1995 tuve una novia de la que me enamoré como un bolsa. Cuando me “cortó las patas”, confieso que canté a todo pulmón “Te lloré todo un río” de Maná, rascao en Todasana con unos amigos».
Foncho Carrillo. Exiliado en San Juan, PR.


«Nunca se me va a olvidar la escena de Mundo de fieras, con "Déjame llorar" de Montaner de fondo, en la que Rosalinda Serfati salía colgada de un helicóptero, enferma de amor por Jean Carlos Simancas».

Lorena Aguerrevere. Exiliada en Orlando.



«En los 90 tuve un noviecito al que le decían Moralito, por aquella terrible canción de Carlos Vives: "La gota fría"».
María Cecilia Egan. Exiliada en Dublín.



«En los 90 estuvo de moda hablar del fenómeno de El Niño. Todo lo que pasaba -sequías, lluvias, inundaciones, terremotos y eclipses- todo era culpa de El Niño. Hubo gente que sugirió que era un complot de la CIA para controlar el mundo».

Malula Atencio. Exiliada en Berlín.

SI FUERAN VENEZOLANOS II

TANNER, LYNN (Valencia, 1976-?) - C.I. 7.476.544
Publicista. Egresada del Instituto Universitario Santiago Mariño (sede La Urbina), 1997. Actualmente es Gerente de Producción Gasífera de la Unidad de perforación No.4 de Petróleos de Venezuela.

Estudió en el Colegio Champagnat de Caracas hasta noveno grado. Repitió noveno en la U.E. Didáctico, Cumbres de Curumo y, finalmente, se graduó de bachiller en el colegio Rómulo Gallegos de Los Chaguaramos. Una noche de 1993, luego de emborracharse con ron y marihuana celebrando un triunfo de los Navegantes del Magallanes, Lynn perdió su virginidad con Alf. Desde entonces, y durante mucho tiempo, la mayor de los Tanner se acostumbró a pasar las noches en compañía del extraterrestre. La relación con Alf provocó en Lynn actitudes ninfómanas e irreverencias lascivas que, hoy día –al recordarlas– le producen vergüenza. En una oportunidad, ejerciendo la legendaria posición del misionero, Lynn y Alf fueron sorprendidos por la señora Ochmonek, lo que generó un escándalo en las Terrazas del Club Hípico donde, por entonces, vivía la familia. La relación terminó cuando Lynn egresó del bachillerato e hizo un viaje a Mochima con sus compañeros de promoción. Lynn estaba cansada, no soportaba los celos de Alf, sentía rechazo a su olor, a llevar la ropa llena de pelo, a sus chistes y a la actitud indiferente de su “No hay problema”. Cuando Lynn regresó de la playa le confesó a Alf que ya no lo quería y que le gustaría que se diesen un tiempo. Alf amenazó con suicidarse y, en compañía de Brian (Benji Gregori), quien para entonces no había salido del closet, se echó una pea de anís que le llevó a escribir, delante de la casa de los Tanner, un graffiti que decía “Lynn Puta”. Semanas después, herido en su orgullo, Alf le devolvió todas sus cosas (fotos, pulseritas, cassettes de Guaco, pucas y otros accesorios) en una bolsa de McDonald’s. En 2002, Lynn se casó con un chavista y, desde entonces, vive muy feliz en la Lagunita Country Club.


KABUTTO, KOJI (Caracas, 1972-?) - C.I. 13.144.211

Koji, tras graduarse en el Parasistemas Rodrigo de Triana, estudió un año de Turismo en el IUTIRLA, sede El Marqués, y, posteriormente, se cambió a administración en el Instituto Pestalozzi de Los Rosales. Kabuto, conocido como El Chino, es un buen cervecero, juerguista, jugador de dominó, aficionado al truco y, durante tres meses consecutivos, fue seleccionado como empleado del mes en el McDonald’s de Plaza Venezuela. Se casó con Sayaka en la jefatura civil de El Valle y, actualmente, vive con su hermano Shiro, quien trabaja para el gobierno en el sindicato del Metro.

* * *


La saga de Mazinger Z, en Venezuela, habría fracasado desde un principio. Los desajustes económicos y la fuga de capitales habrían hecho que, desde mediados de los ochenta, no se consiguieran repuestos originales para el Pilder. Koji Kabutto, confiando en la buena fe de su mecánico, habría colocado a la pequeña nave una pieza, supuestamente universal, fabricada por la Fiat para el modelo Tucán 86, por lo que, rápidamente, el puesto de mando del famoso robot habría dejado de funcionar. Koji, en cualquier tarde noventera, invitaría a Sayaka al Parque Los Chorros e, indiferente, dejaría el Pilder estacionado en el hombrillo de la Cota Mil. Al regresar, livianito, se encontraría con que le abrieron la nave de mando robándole el radio reproductor y, para colmo, le dañaron los controles de los rayos láser y los puños atómicos. En el cristal –que tampoco se conseguiría- le habrían escrito con una llave: mamagüevo. Mazinger, hasta comienzos de los noventa, se habría vendido por piezas en una chivera de El Junquito.

MEGAMENSAJES



PURA SANGRE

Sarmiento contra Paredes
Contra Paredes Sarmiento
Que si se encuentran se matan
Sin ningún remordimiento
Paredes contra Sarmiento

Contarles de Abraham Paredes
Es para mí muy sencillo
Sólo tengo que tomar
De ejemplo a tremendo pillo
Tracalero, jugador
Mujeriego y descarado
Es el que tiene en el pueblo
Tremendo lío parado.

Sarmiento contra Paredes
Contra Paredes Sarmiento
Que si se encuentran se matan
Sin ningún remordimiento
Paredes contra Sarmiento

Si no existe hombre tan macho
Que no tenga sentimientos
El que le queda más cerca
Es Numa Pompilio Sarmiento.
Ahora quiero conversar
De un amor que nació muerto
Porque Eloísa es Paredes
Y Abelardo es un Sarmiento.

Sarmiento contra Paredes
Contra Paredes Sarmiento
Que si se encuentran se matan
Sin ningún remordimiento
Paredes contra Sarmiento

Aarón de Souza quisiera
Que Corazón fuera suya
Pero to’ el mundo se mete
Enredando la cabuya.
María Angélica Guillén
Es de nariz respingada
Y se cree la gran cosota
Porque ella es muy refinada.


¡Qué bolas! Recuerdo que en el primer capítulo Lilibeth Morillo se daba unos coñazos con Rosario Prieto.
Pedro


Esta mamarrachada, supuestamente, era una adaptación de Los hermanos Karamazov de Dostoyevsky. ¡Increíble! Pa’ lo que quedó el pobre Fiodor.
José Luis


Yo tenía entendido que esta novela era un refrito de La Fiera, con Doris Wells y José Bardina. Una porquería, sea como sea.
Carmela J.


¡Qué portugués tan sin vergüenza el Pestana! RCTV lo hizo famoso y después lo vimos celebrando el cierre del canal.
Marta


La Eloísa Paredes era interpretada por Jessica, una de las carajitas nulas de Contesta por Tío Simón.
Luis


A mí me encantó esta novela. Me parece que rompió paradigmas poniendo a una protagonista verdaderamente criolla, no a la cuerda de misses y catiritas que suelen protagonizar. ¡Arriba Lilibeth!
Amelis


Recuerdo que la canción original de esta novela era "Enfurecida", y la cantaba Luis Silva. Con este tema, con un sombrero pelo e’guama y un liquiliqui negro, este mamarracho se fue al Festival de Viña del Mar a representar a Venezuela.
Jimena


María Angélica Guillén era Maryan Valero. Recuerdo unas fotos de ella en la revista dominical Feriado. ¡Cómo inspiró mis madrugadas!
Alfredo

CRÓNICA BREVE

ARS AMANDI NOVENTARUM


Por Gala Saavedra.




Nunca amé tanto como en los 90. Hacer ahora una lista de mis enamoramientos adolescentes es tan inútil como ridículo. Sin embargo, Cecilia y Eduardo me han pedido que escriba sobre el amor noventero e inmediatamente un nombre se alumbra en mi memoria. Inicialmente pensé en usar algún pseudónimo o nombres falsos pero, inspirada en la desvergüenza de Mel Camacho y Pano Malpica, he decidido confesar mis obsesiones amatorias.

En el 94 yo estaba en cuarto año de bachillerato. Mi profesora de Literatura, Eva Marcano, estudiaba Letras y nos trajo entusiasmada un libro de cuentos recién publicado, llamado Historias del edificio. Inicialmente Eva sólo había fotocopiado algunos cuentos, pero fue tal el éxito en la clase, que terminó pasándonos el libro completo. El autor era un tipo bastante joven llamado Juan Carlos Méndez Guédez. Aún conservo esa fotocopia porque cuando, algunos meses después, quise comprar el libro, ya no existía en las librerías venezolanas y más nunca lo reeditaron (hasta donde sé). Gracias a Méndez Guédez descubrí una infinidad de cosas sobre mi ciudad por las que le estoy infinitamente agradecida. Para empezar, visité por primera vez Los Chaguaramos (buscando la Librería Divulgaciones, a donde me había enviado el librero de Suma, con la esperanza de encontrar ahí el libro). También fui a El Valle, lugar donde ocurrían las historias del edificio y cuna del escritor. Tal vez es patético confesar que jamás había puesto un pie en esa parte de Caracas, pero la verdad es que mi vida se limitaba al Cafetal y a la zona “987” de la ciudad. Lo más lejos que solía llegar era la estación Bellas Artes, y ya eso era toda una excursión a lo desconocido.

Cómo un simple ejercicio escolar se transformó en mi primer amor intelectual sólo puede explicarse con un efluvio hormonal adolescente. El caso es que al leer cada cuento, tuve la extraña conciencia que detrás de la escogencia de palabras, detrás de la composición de cada historia, había una persona que veía la ciudad de la misma manera que yo. Una persona que observaba lo cotidiano y era capaz de sublimarlo como yo no podía hacerlo. Hasta ese momento, mi relación con la literatura había sido bastante comercial: leía y me entretenía, pero jamás había logrado conectar tanto con la trama, y mucho menos con la mano que la escribía. De ahí al amor obsesivo, a los 16 años, hay sólo un paso.


Leí los cuentos mil veces, hasta recitarlos de memoria. Interpreté cada frase como si hubiera sido escrita para mí. Busqué en varias discotiendas Recordland el disco “Lo mejor de Témpano”, porque se me antojó indispensable conocer a fondo la música de este grupo que mi amado citaba en uno de sus cuentos. Fabriqué escenarios de cómo sería mi relación con Méndez Guédez si lo conociera y, de pronto, después de pasar intensas horas, días, semanas pensando y dialogando imaginariamente con él, comencé a creer que tan sólo un encuentro bastaría para hacer realidad mis fantasías. Así me dediqué con afán a perseguir a un fantasma. No sabía cómo era el escritor; mi fotocopia de Historias del edificio no tenía contraportada y me moría de vergüenza de volverle a pedir el libro a Eva, por miedo a que adivinara mis verdaderas intenciones. En 1994, además, ser una stalker no era tarea fácil. De haber tenido Internet en esa época, las cosas habrían sido muy distintas (probablemente estaría presa). Alguien me dijo que M.G. había estudiado Letras en la UCV, así que merodeé los pasillos de la facultad varias tardes, indagando aquí y allá a ver de qué me podía enterar. Leí ávidamente la sección cultural de varios periódicos por meses en busca de algún artículo, alguna firma de libros, algún bautizo, pero nada. Me convertí en detective. ¿Qué podía hacer un tipo 10 años mayor que yo con su tiempo libre? Pensé que tal vez, como buen bohemio, M.G. podría frecuentar antros tipo La Mosca o Cordon Bleu, o tal vez estaba en un plan más “zanahoria” e iba a tomar merengadas de oreo en el American Deli del Hatillo. ¿Cómo adivinar? Era buscar una aguja en un pajar.

En esa época yo tenía novio, al que usaba para movilizarme por Caracas buscando a mi escritor fantasma. “Gala, ¿estás loca? ¿Para qué coño quieres ir a Sanidad en Bello Monte?”. Para acercarme más a él, habría querido responderle a Juan Arturo. Pero sólo pude decirle que era para un trabajo del colegio, sobre un cuento de un perro muerto…

En octubre de 1995 murió José Ignacio Cabrujas. La noticia retumbó en todas partes y, automáticamente, pensé en Méndez Guédez. Supuse que iría al funeral, pues siendo ambos escritores, seguro se conocían. Luego leí que Cabrujas había muerto en Porlamar y no pude enterarme por ninguna parte si lo enterrarían allá o en Caracas. Los días posteriores le pedí insistentemente a Juan Arturo que me llevara al cementerio de la Guairita. Juan Arturo, ya harto de mis arranques sin explicación, me llevó a Mazzio’s Pizza en la Castellana, y me terminó mientras compartíamos un calzone.

Ese día, 24 de octubre, terminé también con Méndez Guédez. Después de que Juan Arturo me dejó en mi casa, me encerré en mi cuarto y pasé toda la tarde escuchando “Dame sólo un minuto”. Lloré con desespero, con rabia. Juré que más nunca leería un libro escrito por él ni por otro escritor venezolano. Cumplí mi promesa por mucho tiempo. Témpano había sentenciado:


Después intentaremos olvidar.
Yo borraré tus besos
tragando tus recuerdos,
lavando con silencio
la huella de tu amor.

Más de diez años después, he seguido de cerca la carrera de Méndez Guédez. Leo sus libros y he hecho, en varias ocasiones, algunos trabajos críticos sobre su obra. Sin embargo, hay una especie de despecho rencoroso que me prohíbe leer entrevistas o detallar las contraportadas donde sale su foto. Si algún día llego a conocerlo, fingiré que apenas he escuchado de él, que tal vez leí algún un cuento suyo. Como todo el mundo, negaré mi adolescencia y, en secreto, aunque me emocione como si aún tuviera 16 años, me avergonzaré por haberme dejado llevar.

Quiero pretender
que nada ha sucedido,

que nada está perdido.