DOSSIER: GUACO (III)

7 MINUTOS CON GUACO

Por Marlene Tavares.

A mí Gustavo Aguado me parecía un gordo muy ‘cuchi’. Muchas veces me provocaba apretarle los cachetes y/o hacerle trompetillas en la panza. Soy más del Guaco ochentero. Me gusta más la voz de Daniel Somaró que la de Nelson Arrieta. Del Guaco de los 90, sin embargo, tengo un recuerdo particular. Recuerdo mi colegio, recuerdo amigos cercanos que, con el tiempo, se han hecho distantes y, sobre todo, recuerdo a Felipe Galán, el gallo de la clase. Felipe debe ser, en mi disparatada memoria, el referente más cercano que tengo de un caballero.

Había una fiesta en casa de Marcos Parra, en Colinas de Bello Monte, en la que, por supuesto, sonaba Guaco. Un grupo grande, 15 aproximadamente, nos jubilamos de clase e iniciamos desde temprano una ronda de mímicas, la botellita, cultura chupística y un limón, medio limón.

Había un juego muy ridículo, pavosísimo, llamado 7 minutos en el paraíso, algo así. Consistía en encerrar, casi siempre un closet, a una pareja de borrachos elegida al azar para que hiciera aquello que llamábamos ‘sebo’. Durante la juerga seguía sonando Guaco. El sorteo me señaló. Debía compartir 7 minutos en el paraíso con Felipe Galán. Ni siquiera sabía que él estaba presente. Era un muchacho lindo pero muy tímido, sumamente reservado; era demasiado ‘pollo’. Antes de esa fiesta creo que alguna vez le pedí un sacapuntas. No sabía cómo era su voz. Nos encerraron, entonces, en el closet y sonaba Guaco. Yo estaba muy borracha, si tenía que besarme con Felipe Galán no iba a poner ningún reparo. El primer minuto, sin embargo, fue muy tenso. Se escuchaba Guaco de lejos. Amigos, viajes y placeres, tomados de la mano con otros quereres. Y así pasamos allí, en la oscuridad, uno frente al otro, aproximadamente, tres minutos parto. “He estado enamorado de ti desde Preparatorio B, con la maestra Mónica. Me enamoré de ti el día que te caíste del columpio y te rompiste la frente”. Dijo, y de fondo: Amigos, viajes y placeres. No sabía qué decir. Creo, incluso, que se me quitó la pea. Él, con voz adulta, continuó con su declaración: “Puede que salgamos de aquí y no vuelvas a hablarme hasta que necesites otro sacapuntas”… Y Guaco: Tomados de la mano, con otros quereres. Estaba aterrada. Él hablaba con seguridad. Su cercanía me intimidó totalmente. “Quiero pedirte algo”, dijo. “Sería para mí muy importante”, agregó. Qué querrá este loco, pensé. Traté de hablar pero sólo salió un ruido amorfo. “Ahora no”, gritaba, al fondo, Gustavo Aguado. “¿Puedo abrazarte?”, preguntó tímidamente. Me reí como una estúpida, con carcajada ‘nerd’, de esas que moquean. Él se acercó. Nunca nadie me abrazó así: no se me recostó, no me manoseó, no me buscó la boca pero, al mismo tiempo, fue un abrazo muy intenso. Pasó otro minuto parto y, repentinamente, los borrachos de afuera abrieron el closet. Amigos, viajes y placeres se escuchó más fuerte. Para mis amigas, durante mucho tiempo, fue motivo de burla el haberme encontrado abrazada al gallo de Felipe Galán. Cuando me separé de él, como regalo –algo que además fue muy espontáneo, le di un apasionado piquito.

Así que… después de unos años bastante accidentados, después de haber compartido mi vida con tanto saltimbanqui, drogadicto e inútil, mi recuerdo de Felipe Galán, con el soundtrack de Guaco, me hace pensar que Gustavo Aguado y su banda merecerían el Premio Nóbel de la Paz.

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