DOSSIER: GUACO (II)

GUACO Y DEMÁS CALAMIDADES

Por Cipriano (Pano) Malpica.

Camacho me habló de este proyecto de recoger por escrito recuerdos de los 90. No sé, no me convence mucho andar escarbando en el pasado. Me habló de Guaco, de su experiencia en el metro de Praga. A mí Guaco me da arrechera. Aquel gordo inmundo haciendo la propaganda de Festal sólo me trae a la cabeza borracheras. Propias y ajenas. No sé qué año era, pero en uno de esos viajes a Margarita, mi viejo me encargó ir a la Proveeduría con mi hermano Javier a comprar una caja de whisky White Label. Con la caja venía de regalo un CD de éxitos de Guaco. En mi casa el CD entró tarde, al igual que el VHS, el Nintendo y todas esas vainas electrónicas que según el viejo iban a pasar de moda en cuestión de meses. La cosa es que el viejo me regaló el disco de Guaco (Javier estaba en otra onda y la música latina era “niche y balurda”, según él). Esa noche mi viejo estrenó la caja de whisky y se emborrachó con el tío Fernando. Javier y yo tuvimos que cargarlos a sus cuartos y limpiar el charco de vómito que alguno de los dos dejó bajo la hamaca.

En casa de mis primos Antonelli sí había un CD player (y el VHS más nuevo de todos, y un Nintendo con pistolita para matar patos, y cantidades obscenas de juegos que a veces se quedaban trancados y había que soplarlos para que el aparato “los pudiera leer”). Ahí escuché con mi prima Giovanna y sus amigas quinceañeras a un Guaco despreciable, a dúo con Karina, quien ya había salido del espectro musical hacía rato. Quiero decirte que te quiero, y no he podido aún expresar mi sentimiento sincero… Ese día Meche Mancera, la mejor amiga de mi prima, se bebió media botella de aguardiente San Tomé con Sur del Lago, y tuve que soportar sus alaridos histéricos en carrito, en patineta o a pie, donde quiera que tú vayas siempre te buscaré… imitando los agudos de Karina, mientras Vanna y las demás carajitas vomitaban entre risotadas tontas. Ese día no sólo tuve que limpiar vómito, sino que me tuve que calar el peo del tío Mauro por no cuidar mejor a las niñas. Pero yo sé que es difícil sembrar en ti mis raíces… ¡Nunca te olvidaré!

El último recuerdo que me viene a la cabeza es una verbena del Cristo Rey. No quería ir, pero Gonzalo Porras, Gilberto y los demás me convencieron. Celia iba a estar ahí segurísimo, y segurísimo “estaba pendiente”. Como un imbécil pasé hora y media pescando bolsas de papel a ver si me ganaba un pollito para regalárselo. Me gasté media mesada en esa pendejada, hasta que por fin me dieron un bicho rosado, mareado y hediondo. Fuimos todos en cambote. Creo que Camacho estaba también, no recuerdo. El asunto es que Celia estaba bailando “Regálame tu amor en primavera” con un cabrón del Don Bosco. Sólo recuerdo que una monja regordeta nos botó a empujones del colegio después de que tiré al suelo la bolsa donde estaba el pollito y la pisé con toda mi fuerza. Después de eso, todo lo recuerdo con olor a anís. Y el maldito CD de Guaco “vuelta y vuelta” en casa de Gonzalo hasta que su mamá llamó a mis viejos para que me fueran a buscar.

Han pasado quince años de esa vaina, y cada vez que veo la propaganda de Festal, o cada vez que a alguien se le ocurre la brillante idea de ponerse nostálgico en las reuniones con un “Todo quedó, quedó”, a mí me dan ganas de emborracharme con anís. De regresar a casa de Gonzalo y volver a ver la bata de dormir entreabierta de su vieja. De pasar por el edificio de Celia en La Urbina y gritar a todo gañote “Celia, puta”. Pero qué va, a mí eso de estar escarbando en la memoria no me gusta. Que Camacho se busque a otro cronista. A mí los 90 me hicieron daño.

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