CRÓNICA BREVE

ARS AMANDI NOVENTARUM


Por Gala Saavedra.




Nunca amé tanto como en los 90. Hacer ahora una lista de mis enamoramientos adolescentes es tan inútil como ridículo. Sin embargo, Cecilia y Eduardo me han pedido que escriba sobre el amor noventero e inmediatamente un nombre se alumbra en mi memoria. Inicialmente pensé en usar algún pseudónimo o nombres falsos pero, inspirada en la desvergüenza de Mel Camacho y Pano Malpica, he decidido confesar mis obsesiones amatorias.

En el 94 yo estaba en cuarto año de bachillerato. Mi profesora de Literatura, Eva Marcano, estudiaba Letras y nos trajo entusiasmada un libro de cuentos recién publicado, llamado Historias del edificio. Inicialmente Eva sólo había fotocopiado algunos cuentos, pero fue tal el éxito en la clase, que terminó pasándonos el libro completo. El autor era un tipo bastante joven llamado Juan Carlos Méndez Guédez. Aún conservo esa fotocopia porque cuando, algunos meses después, quise comprar el libro, ya no existía en las librerías venezolanas y más nunca lo reeditaron (hasta donde sé). Gracias a Méndez Guédez descubrí una infinidad de cosas sobre mi ciudad por las que le estoy infinitamente agradecida. Para empezar, visité por primera vez Los Chaguaramos (buscando la Librería Divulgaciones, a donde me había enviado el librero de Suma, con la esperanza de encontrar ahí el libro). También fui a El Valle, lugar donde ocurrían las historias del edificio y cuna del escritor. Tal vez es patético confesar que jamás había puesto un pie en esa parte de Caracas, pero la verdad es que mi vida se limitaba al Cafetal y a la zona “987” de la ciudad. Lo más lejos que solía llegar era la estación Bellas Artes, y ya eso era toda una excursión a lo desconocido.

Cómo un simple ejercicio escolar se transformó en mi primer amor intelectual sólo puede explicarse con un efluvio hormonal adolescente. El caso es que al leer cada cuento, tuve la extraña conciencia que detrás de la escogencia de palabras, detrás de la composición de cada historia, había una persona que veía la ciudad de la misma manera que yo. Una persona que observaba lo cotidiano y era capaz de sublimarlo como yo no podía hacerlo. Hasta ese momento, mi relación con la literatura había sido bastante comercial: leía y me entretenía, pero jamás había logrado conectar tanto con la trama, y mucho menos con la mano que la escribía. De ahí al amor obsesivo, a los 16 años, hay sólo un paso.


Leí los cuentos mil veces, hasta recitarlos de memoria. Interpreté cada frase como si hubiera sido escrita para mí. Busqué en varias discotiendas Recordland el disco “Lo mejor de Témpano”, porque se me antojó indispensable conocer a fondo la música de este grupo que mi amado citaba en uno de sus cuentos. Fabriqué escenarios de cómo sería mi relación con Méndez Guédez si lo conociera y, de pronto, después de pasar intensas horas, días, semanas pensando y dialogando imaginariamente con él, comencé a creer que tan sólo un encuentro bastaría para hacer realidad mis fantasías. Así me dediqué con afán a perseguir a un fantasma. No sabía cómo era el escritor; mi fotocopia de Historias del edificio no tenía contraportada y me moría de vergüenza de volverle a pedir el libro a Eva, por miedo a que adivinara mis verdaderas intenciones. En 1994, además, ser una stalker no era tarea fácil. De haber tenido Internet en esa época, las cosas habrían sido muy distintas (probablemente estaría presa). Alguien me dijo que M.G. había estudiado Letras en la UCV, así que merodeé los pasillos de la facultad varias tardes, indagando aquí y allá a ver de qué me podía enterar. Leí ávidamente la sección cultural de varios periódicos por meses en busca de algún artículo, alguna firma de libros, algún bautizo, pero nada. Me convertí en detective. ¿Qué podía hacer un tipo 10 años mayor que yo con su tiempo libre? Pensé que tal vez, como buen bohemio, M.G. podría frecuentar antros tipo La Mosca o Cordon Bleu, o tal vez estaba en un plan más “zanahoria” e iba a tomar merengadas de oreo en el American Deli del Hatillo. ¿Cómo adivinar? Era buscar una aguja en un pajar.

En esa época yo tenía novio, al que usaba para movilizarme por Caracas buscando a mi escritor fantasma. “Gala, ¿estás loca? ¿Para qué coño quieres ir a Sanidad en Bello Monte?”. Para acercarme más a él, habría querido responderle a Juan Arturo. Pero sólo pude decirle que era para un trabajo del colegio, sobre un cuento de un perro muerto…

En octubre de 1995 murió José Ignacio Cabrujas. La noticia retumbó en todas partes y, automáticamente, pensé en Méndez Guédez. Supuse que iría al funeral, pues siendo ambos escritores, seguro se conocían. Luego leí que Cabrujas había muerto en Porlamar y no pude enterarme por ninguna parte si lo enterrarían allá o en Caracas. Los días posteriores le pedí insistentemente a Juan Arturo que me llevara al cementerio de la Guairita. Juan Arturo, ya harto de mis arranques sin explicación, me llevó a Mazzio’s Pizza en la Castellana, y me terminó mientras compartíamos un calzone.

Ese día, 24 de octubre, terminé también con Méndez Guédez. Después de que Juan Arturo me dejó en mi casa, me encerré en mi cuarto y pasé toda la tarde escuchando “Dame sólo un minuto”. Lloré con desespero, con rabia. Juré que más nunca leería un libro escrito por él ni por otro escritor venezolano. Cumplí mi promesa por mucho tiempo. Témpano había sentenciado:


Después intentaremos olvidar.
Yo borraré tus besos
tragando tus recuerdos,
lavando con silencio
la huella de tu amor.

Más de diez años después, he seguido de cerca la carrera de Méndez Guédez. Leo sus libros y he hecho, en varias ocasiones, algunos trabajos críticos sobre su obra. Sin embargo, hay una especie de despecho rencoroso que me prohíbe leer entrevistas o detallar las contraportadas donde sale su foto. Si algún día llego a conocerlo, fingiré que apenas he escuchado de él, que tal vez leí algún un cuento suyo. Como todo el mundo, negaré mi adolescencia y, en secreto, aunque me emocione como si aún tuviera 16 años, me avergonzaré por haberme dejado llevar.

Quiero pretender
que nada ha sucedido,

que nada está perdido.




2 comentarios:

Anónimo dijo...

la cuña de emeli rodim empezaba con la parte del carro, luego seguia la del teatro y finalmente salia la mujer "semivestida" de negro mientras dos tipos baliaban y se bañabban en champan con ella, ni tienen ni idea de como he buscado ese propaganda, si alguien sabe donde buscarla estare muy agradecido

Anónimo dijo...

Hola alguien me podria decir el elenco de la novela Blue Jeans que transmitian en VTV en 1991?

Saludos y gracias